Publico el séptimo capítulo
DESCENSO Y ASCENSO DEL ALMA POR LA BELLEZA
Capítulo VII EL JUEZ
En el capítulo anterior dejamos al hombre como dividido y devorado por las criaturas: lo dejamos en el vientre de la Esfinge. Y esa posición lo coloca en una doble "anomalía" : está dividido, él, que siendo imagen y semejanza del Creador, debiera ser una imagen y una semejanza de la misma Unidad creadora; y se halla devorado por las criaturas, él, que siendo la "entidad central" de su mundo, debería ser para las criaturas una devoradora imagen y semejanza del Ser Absoluto que todo lo convierte a su poderosa Unidad. Y tú, Elbiamor, a quien he prometido un ascenso del alma por la belleza, estarás meditando ahora en los escollos de la segunda jornada. Pues ya entiendes que necesitaré, 1º hacer que la Esfinge vomite a nuestro dividido personaje; 2º reunir y soldar sus maltrechos jirones; 3º levantarlo a la noción de la Hermosura Divina, como lo quiere Isidoro en el segundo movimiento de la sentencia que voy parafraseando.
Te dije ya que por la inteligencia el alma posee y que por el amor es poseída. Luego te dije que la criatura nos propone una meditación amorosa y no un amor, un comienzo y no un final de viaje. Por lo que has visto en el descenso, ya conoces la suerte del alma que intenta reposar en el amor de las criaturas al tomarlas como fin. Añadiré ahora que, al hacerlo, el alma entra en tres desequilibrios o injusticias: una injusticia con las criaturas, al exigirles, por violencia, lo que las criaturas no le pueden brindar; una injusticia consigo misma, pues, al descender amorosamente a las criaturas inferiores, el alma concluye por someterse a ellas, con lo que invierte una jerarquía natural y trastorna un orden ontológico establecido; y una injusticia con la Divinidad institutora de la violada jerarquía y del orden roto.
En el capítulo anterior dejamos al hombre como dividido y devorado por las criaturas: lo dejamos en el vientre de la Esfinge. Y esa posición lo coloca en una doble "anomalía" : está dividido, él, que siendo imagen y semejanza del Creador, debiera ser una imagen y una semejanza de la misma Unidad creadora; y se halla devorado por las criaturas, él, que siendo la "entidad central" de su mundo, debería ser para las criaturas una devoradora imagen y semejanza del Ser Absoluto que todo lo convierte a su poderosa Unidad. Y tú, Elbiamor, a quien he prometido un ascenso del alma por la belleza, estarás meditando ahora en los escollos de la segunda jornada. Pues ya entiendes que necesitaré, 1º hacer que la Esfinge vomite a nuestro dividido personaje; 2º reunir y soldar sus maltrechos jirones; 3º levantarlo a la noción de la Hermosura Divina, como lo quiere Isidoro en el segundo movimiento de la sentencia que voy parafraseando.
Te dije ya que por la inteligencia el alma posee y que por el amor es poseída. Luego te dije que la criatura nos propone una meditación amorosa y no un amor, un comienzo y no un final de viaje. Por lo que has visto en el descenso, ya conoces la suerte del alma que intenta reposar en el amor de las criaturas al tomarlas como fin. Añadiré ahora que, al hacerlo, el alma entra en tres desequilibrios o injusticias: una injusticia con las criaturas, al exigirles, por violencia, lo que las criaturas no le pueden brindar; una injusticia consigo misma, pues, al descender amorosamente a las criaturas inferiores, el alma concluye por someterse a ellas, con lo que invierte una jerarquía natural y trastorna un orden ontológico establecido; y una injusticia con la Divinidad institutora de la violada jerarquía y del orden roto.
Óleo sobre lienzo - "Apolo y Dafne" - circa 1700
Bendetto Lutti (1666-1724) - Palace on the Water
Consideremos ahora, Elbiamor, la excelencia ontológica del hombre, y digamos qué debe ser él para las criaturas inferiores que comparten su mundo. Te lo sugerí ya en dos momentos de mi glosa: 1º cuando, al enunciar el deber amoroso de lo superior para con lo inferior, dije que el hombre tenía superioridad sobre las criaturas inferiores y por tanto un deber amoroso para con ellas; y 2º cuando afirmé que el hombre, como "entidad central" de su mundo, tenía que ser para las criaturas inferiores una imagen y una semejanza del Ser Absoluto que todo lo centraliza en su admirable Unidad. El hombre, por tanto, es (o debe ser) un ente centralizador de su mundo: su misión ante las criaturas inferiores es la de restituirlas, en cierto modo, a la Unidad. Porque también las criaturas inferiores que lo rodean, como a su rey, aspiran en este mundo a la Unidad originaria. Y como esa restitución a la Unidad se logra sólo por el intelecto, las criaturas no intelectuales necesitan que un intelecto las asuma, en cierto modo, y les haga la función de puente; y ese intelecto, Elbiamor, es el del hombre. Podríamos afirmar ahora que el hombre es (o debe ser) el pontífice de las criaturas terrenas, vale decir el que les hace un puente hacia la Unidad. Y como las criaturas, así referidas a la Unidad por el hombre, se justifican y descansan en él, podemos afirmar que el hombre es (o debe ser) el "séptimo día" de las criaturas, o su "domingo".
A este aspecto del hombre se refiere sin duda el Génesis en uno de sus pasajes más enigmáticos: Jehová reúne a todas las criaturas y las enfrenta con Adán, para que Adán las nombre; y Adán les da sus nombres verdaderos. Ahora bien, si Adán las nombra con verdad, es porque las conoce verdaderamente; y si las conoce verdaderamente, es porque las mira en su Principio creador, vale decir en la Unidad. Y es lógico, Elbiamente, que así sea; pues el Adán que las está mirando y las nombra es el Adán que no ha caído todavía: es el Adán en "plenitud edénica". Tres notas muy sugestivas hay en el episodio: a) es Jehová mismo quien, al conducirlas hasta el hombre, hace que las criaturas vayan a su pontífice natural y lo conozcan: b) por primera vez Adán obra como pontífice de las criaturas al nombrarlas en su relación con la Unidad creadora; y c) las criaturas, referidas a la Unidad en y por el entendimiento adámico, están justificadas. Ese acto de justicia es el que las criaturas esperan del hombre. Y eso es lo que debe ser el hombre para las criaturas: un juez.
"El David" - circa 1501-1504
Miguel Ángel Buonarroti - Galería de la Academia - Florencia
Para serlo, el hombre necesita conocerlas verdaderamente, como el Primer Adán. Y has de preguntarme ahora: si el hombre es (o debe ser) para las criaturas un pontífice y un juez, ¿qué son (o deben ser) las criaturas para el hombre? Dentro de la ontología con que se manifiesta el Ser Absoluto, el hombre fue creado "poco menos que un ángel". Ahora bien, se dice que los ángeles ven a Dios facie as faciem, es decir cara a cara: lo ven directamente, sin espejos intermediarios. ¿Y cómo lo ve Adán, "poco menos que un ángel", ubicado en el centro de su Paraíso? Adán, instituido en un solo grado inferior con respecto a los ángeles, ve a Dios, es decir a su Principio, mediante un solo espejo intermediario; y tal espejo es el que le ofrecen las criaturas edénicas. Al primer Adán le basta con mirarse en el espejo de las criaturas para verse, de una sola ojeada, en su Principio creador: es el único trabajo que Dios le impone, una mera transposición de la "imagen" al "original" que es Dios mismo. Y al realizar esa fácil tarea, cumple Adán con el solo trabajo que le fuera impuesto: "cultivar su Paraíso". La criatura es para él un clarísimo espejo de la Divinidad; y en aquel estado paradisíaco, ni la criatura distrae al hombre de la forma del Creador (ya que se la está mostrando incesantemente) ni el hombre se distrae de su visión (puesto que ve la imagen de la Divinidad en aquel espejo único, y a la misma Divinidad a través de su imagen).
Elbiamor, la caída del Primer Adán significó su "alejamiento" del Paraíso, vale decir la pérdida de la ubicación central que ocupaba él. Ese alejamiento puso una distancia cada vez mayor entre los hombres y aquel espejo central de lo Divino. Y el intelecto adámico se nubló gradualmente; pues, entre sus ojos y lo Divino fueron interponiéndose otros espejos que ya no le ofrecían una clara imagen de la Divinidad, sino imágenes de imágenes. ¿Dices que no lo entiendes? Elbiamor, suponte que Adán, en su estado paradisíaco, ve a la Divinidad reflejada en un espejo de oro: esa es la imagen pura y simple de la Divinidad. Y suponte que, alejado ya del Paraíso, ve ahora esa imagen, pero en un espejo de plata que recoge la imagen del espejo de oro: esa es la imagen de la imagen. Y suponte luego que, más alejado aún, ve la imagen en un espejo de cobre que la recogió del espejo de plata, el cual, a su vez, la recogió del espejo de oro: esa es la imagen de la imagen de la imagen. Y suponte al fin que Adán, en creciente lejanía, ve la imagen en un espejo de hierro que la recogió del espejo de cobre, y éste del espejo de plata, y éste último del espejo de oro: esa es la imagen de la imagen de la imagen de la imagen.
Podrás entender ahora cuánto se desdibujó y oscureció la primera imagen a través de tantos espejos. Y entenderás las penurias del último Adán (tú, yo, nosotros), obligado a cumplir, no una sola transposición de la imagen al original divino, como en su era paradisíaca, sino muchas y laboriosas transposiciones y espejeos.
La Creación fue haciéndose para él un intrincado enigma que sólo se aclara mediante un trabajo penitencial del intelecto. Y debe cultivar ahora, no un fácil paraíso de delicias, sino una tierra dura que le reclama el sudor de su frente, vale decir la fatiga de su entendimiento en trabajosas especulaciones. A pesar de todo, Elbiamor, el hombre sigue ocupando la posición central de su mundo, como pontífice y juez. Y la criatura sigue mostrándole al hombre la imagen de la Divinidad, aunque a través de neblinas que sin duda no están en ella, sino en el hombre descendente.
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